Estado e identidad

"El estado y la construcción de identidad"

El texto explica la importancia del proceso educativo para la construcción de identidad, y la necesidad de institucionalizarlo desde el Estado, a partir de los planteamientos de Carlos Valerio Echavarría Grajales sobre: escuela, socialización, construcción de identidad y moralidad.

La escuela se caracteriza como una institución educativa que tiene la responsabilidad ética, política y moral de constituirse en escenario de formación y socialización en el que, circulan múltiples sentidos, se producen variados aprendizajes, se abre la opción a la negociación de la diferencia y se funda la convivencia como una expresión de la autonomía, la libertad y la dignidad humana; tiene la función de desarrollar la mente de los educandos, de enseñarles a vivir, de aprender no sólo de los libros sino de la vida, de producir cambios mentales orientados a que cada persona aprenda por sí mismo acerca de sí mismo.

La escuela juega un papel importante en la interacción, construcción y desarrollo de potencialidades necesarias para la comprensión del mundo, sus relaciones y sus posibles transformaciones; a través de la interacción con otros es como los sujetos en formación examinan, conocen y viven la cultura, elaboran concepciones del mundo, establecen diversos tipos de relaciones y acceden a sus lógicas.

Podemos entender como formación cuando se habla de la escuela como escenario de socialización donde el sujeto se educa, en especial ayuda a dar herramientas formativas necesarias para su desarrollo y socialización.

La escuela es el escenario de circulación de sentidos, de flujo continuo de contenidos curriculares intencionados al desarrollo de competencias, de prototipos de interacción y formalización de las relaciones entre los sujetos, de formas y prácticas de resolución y negociación de los conflictos, de apropiaciones subjetivas de la intención de formación y la identificación de las formas particulares de habitar, sentir, conceptuar y configurar ese espacio educativo en un escenario del reconocimiento.

Como socialización, hace referencia al proceso de construcción de la identidad individual y a la organización de una sociedad; como actividad social, se refiere a los diversos modos de pensamiento que constituyen la coherencia social. La escuela como escenario de socialización deberá configurarse como un lugar propicio para que los sujetos que asisten a ella se sientan incluidos y motivados a ser ellos mismos;

La escuela así concebida sería como una de esas asociaciones que están situadas más allá de la familia y a las que según Durkheim habría que revitalizar (Fanfani 1994, p. 113); y la socialización constituiría la finalidad última del proceso escolar. Aunque la socialización también tiene su lugar lejos de la acción escolar, en la escuela ella se vuelve prioritaria, en particular cuando las sociedades humanas están inmersas en un mundo donde la información es uno de los referentes inmediatos de toda socializad.

De esta forma, la escuela no sólo socializa y educa para la vinculación de los sujetos a las redes de sentidos sociales, sino que, al mismo tiempo, los ayuda a implicarse en la construcción de nuevos patrones culturales mediante los cuales movilizan sus prácticas de relación, sus sentidos valorativos, sus sentires y formas de pensar.

La escuela en su acción formativa y socializadora deberá responder a los retos actuales de la necesidad de construir una sociedad plural, democrática, incluyente, equitativa donde los alumnos alcancen después de un período de tiempo la reflexión en el ser humano que educa, su historia, sus relaciones vitales, su aquí, su ahora y sus circunstancias, es decir, una escuela que desde su quehacer pedagógico lea la necesidades humanas requeridas para vivir la equidad, la inclusión y el reconocimiento de la diferencia, condiciones necesarias para la configuración de una sociedad democrática.

Es importante ver a la escuela desde otro punto, no solamente el académico, sino que también contribuye a informar los contenidos basados en los derechos y deberes, la participación, la formación política, ética y moral que configuran una intención y un debe ser, sino también, y al mismo tiempo, la concreción de mecanismos institucionales, organizativos y relacionales de protección, vivencia, confrontación y discusión de los derechos que tienen las niñas, los niños, los jóvenes y adultos, y de los deberes que todos deben asumir responsablemente para la creación de un espacio democrático propio para la convivencia, el aprendizaje y la socialización.

Echavarría Grajales, C. (2003). La escuela un escenario de formación y socialización para la construcción de identidad moral, en: Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, Julio – Diciembre, Vol. 1, No 002, Universidad de Manizales, Colombia 2003.


Carlos Valerio Echavarría Grajales



Carlos Valerio Echavarría Grajales es un académico colombiano, doctor en Ciencias Sociales Niñez y Juventud, y director de la línea de investigación "Educación ciudadana, Ética y Política" en la Facultad de Educación de la Universidad de La Salle. También es profesor de la Maestría en Docencia en la misma universidad.  

Carlos se ha dedicado a pensar la educación, a enseñar cómo enseñar, a buscar desde la práctica y la teoría cómo formar mejores maestros. Perfil de un profesor de profesores.

Carlos Valerio es docente de la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad de La Salle de Bogotá. Ha estudiado ciencias sociales, educación, psicología, psicoanálisis, desarrollo humano y filosofía. Todos los días, cuando puede, lee. Trabaja también haciendo investigaciones sociales, consultorías y tutorías en Bogotá, Pereira y Manizales. Humanizarte, un proyecto de formación política para la construcción de paz, es su más reciente creación. Es su vida pasada y presente. La escuela no solo transmite conocimientos, sino que también contribuye a la formación de la identidad moral y social de los individuos, permitiéndoles desarrollar habilidades para la toma de decisiones y la participación ciudadana.

Su casa queda a una cuadra de la calle 140 del norte de Bogotá. Está al lado de un parque que le dicen El parque de los perros. Cuando uno entra en él parece haber ingresado a un espacio-tiempo de otro mundo. La Bogotá de los carros y los pitos en las avenidas superconcurridas es remplazada por el ambiente de una suerte de película en la que la niebla, las hojas sobre el pasto y los árboles altos y frondosos son parte consustancial del espacio. El parque está organizado para el uso humano: hay pasamanos, barras multicolores, caminos de ladrillo y concreto que dividen y se encuentran unos a otros irregularmente, personas que caminan con sus perros o hacen ejercicio y hojas secas que suenan cuando se camina sobre ellas. Al subir la mirada se observan las ramas de los eucaliptos en contraste con el cielo y si se tiene paciencia y no hay tanto ruido, se puede oír el sonido del viento al entrar en contacto con las hojas y ramas de los árboles, parecido al de la marea al morir en la playa.

Cuando habla de sus investigaciones y sus ideas, Carlos Valerio entrega su cuerpo y su voz. Puede elevar el discurso hasta volverlo denso como una piedra o ilustrarlo hasta elaborar una fotografía. Mueve sus manos, abre los ojos, cierra los ojos, cambia de posición, se para, se sienta, hace gestos con su rostro, se quita las gafas; categoriza, dramatiza, ejemplifica, hace esquemas mentales, enumera.

Carlos Valerio tiene un taller por estudio. El sitio donde habitualmente trabaja está incrustado en un espacio contiguo a la sala-comedor. Es un rectángulo en el que caben sentadas en el piso, cómodamente, unas siete personas. Desde el estudio se puede oír lo que sucede en la cocina, estar en contacto con las personas que comen o darse cuenta de quién ha llegado a casa.

Hay momentos en que Carlos Valerio se queda estático y de su boca nacen frases y palabras profundas. Es como si por un instante se desprendiera de sí mismo y se convirtiera en letras. Sus maneras adquieren un matiz distinto: ya no el enérgico y vibrante sino el reflexivo, el contemplativo, el meditabundo.

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